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FACILITAR CON CORAJE Y CUIDADO HACE A LA ÉTICA


Existen dos fuerzas opuestas y complementarias que todo facilitador debe cultivar de manera equilibrada; la fuerza del coraje y la fuerza del cuidado. El “coraje”, por ejemplo, para ofrecerse como sostén, como guía y referencia cierta hacia la tarea, en los momentos de mayor confusión y ansiedad de parte del grupo. Coraje para poner esa pregunta difícil, para no reaccionar a las provocaciones, para hacer visible algo que se intenta negar e incluso para traer un conflicto a la superficie que el grupo oculta y necesita elaborar y trascender.

Por otra parte, hace falta la fuerza del “cuidado”, tanto de tipo físico como emocional, para con cada uno de los integrantes sin preferencias. Trabajamos con personas que sienten, que por momentos sufren y que frente al trabajo experiencial se encuentran con sus sombras, quedan expuestas y vulnerables. Si bien intervenimos apoyados en el coraje, deberemos tener en cuenta los efectos de nuestras intervenciones con capacidad de contención y compasión.

EN GENERAL CADA FACILITADOR TIENE UNA DE ESTAS FUERZAS MÁS DESARROLLADA QUE LA OTRA.

Algunos se sienten más cómodos con las preguntas difíciles, con ponerse al frente, con desafiar al grupo, con el ejercicio de la palabra y con la atención puesta en los resultados y el cumplimiento de la planificación. Otros en cambio, encuentran mayor comodidad en la mirada silenciosa y amorosa, en la escucha desprovista de juicios, en la conexión y sensibilidad emocional y con la atención puesta más en el proceso y en las necesidades del grupo y sus integrantes.

¿Cómo es ese equilibrio en tu caso?

¿Qué fuerza tienes más desarrollada y cuál te propone un trabajo por delante?

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